La cámara, como el automóvil, se vende como un arma depredadora, un arma automática como es posible, lista para saltar. El gusto popular espera una tecnología cómoda e invisible. Los fabricantes confían a la clientela que fotografiar no requiere pericia ni habilidad, que la máquina es omnisapiente y responde a la mas ligera presión de la voluntad. Es tan simple como encender el arranque o apretar el gatillo.
Como las armas y los automóviles, las cámaras son máquinas que cifran fantasías y crean adicción. Sin embargo, pese a las extravagancias de la lengua cotidiana y la publicidad, no son letales.
En el hipérbole que publicita los automóviles como armas hay al menos un asomo de verdad: salvo en tiempos de guerra, los automóviles matan más personas que las armas. La cámara / arma no mata, así que la ominosa metáfora parece un mero alarde, como la fantasía masculina de tener un fusil, cuchillo o herramienta entre las piernas. No obstante, algo de depredador hay en la acción de hacer una foto. Fotografiar personas es violarlas, pues se las ve como jamás se ven a sí mismas, se las conoce como nunca pueden conocerse, transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente.
Así como la cámara es una sublimación del arma, fotografiar a alquien es cometer un asesinato sublimado, un asesinato blando, digno de una época triste, atemorizada.
Sobre la fotografía - Susan Sontag
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